En casa había un cactus de esos mejicanos, un perro loco que
tiraba a pastor alemán y un gato de angora para el que los veranos eran un calvario;
patos, palomas, conejos y un cerdo negro, que nos comíamos en navidad, completaban
la fauna doméstica, junto con una cabra ceniza que daba leche para flanes y natillas; un hermano
mayor, también, y unos
padres y una abuela con moquita, los cuartos oscuros con
pasos de muertos, y un pajar grande que guardaba un tractor fallido de marca “Allgaier”. Todo de papel,
del que se arruga con una sola mano y se tira a la mierda.