lunes, 10 de febrero de 2014

la vocación



Pertenezco a un cuerpo de funcionarios en la base de la pirámide jerárquica, al final de la cadena productiva; de los que se ocupan de  ejecutar hipotecas, lo que a veces me recuerda el poema  “el  embargo” de Gabriel y Galán. Frente a mi, cada día, en la pantalla de visualización de datos, redacto  providencias  que  empiezan siempre con un lugar y  una fecha  y terminan con una firma.  Junto a mi mesa ocupa la suya una joven que a veces me mira;  yo me centro en sus piernas y en  sus tobillos. La “oposición” fue mi alternativa a la albañilería, cansado  como estaba de amasar cemento y trasegar ladrillos a la orden de capataces gallegos o asturianos de afinada puntería, cuya pasión era matar conejos con postas mientras la plantilla abría zanjas entre cigarrillos y risotadas fanfarroneando con cómo montaban a  sus esposas; yo, por entonces, ya debía apuntar maneras  porque no se dirigían a mí  por el nombre sino llamándome "secretario"; quizá fue ese el germen de aquella vocación mía, y, sin quererlo, aquellos  capataces  acerbos despertaron en mí este vicio por  redactar providencias depuradas,  precisas, sin descuidar ni la ortografía ni la  prosodia, providencias enamoradas diría, en ocasiones, cuando entre  punto y punto aprovecho para mirar la curva desnuda de los pies de mi compañera,  recogidos en sus zapatos clásicos de tacón más bien alto,  como a mi me gustan.

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